Salma

Número de registro: 773
Fecha de entrada: 30/1/2016
Motivo: Recogida perdida/abandonada
Raza: Cazador (podenco)
Color del pelo: Blanco con manchas canela
Sexo: Hembra
Fecha de nacimiento: 2012 (aprox.)
Implantamos microchip núm: 941000017974622


Una recogida más. La llamaremos SALMA.

Pero no era una recogida más. De hecho, ninguna recogida es ‘una recogida más’. Todos los perros que entran en el refugio llevan su propia mochila; a veces, por suerte para ellos, viajan ligeros de equipaje. En otros casos, como en el de Salma, cargan en la mochila tantas pesadillas que casi les impiden avanzar.

Al poco de entrar vimos que Salma tenía un terror patológico a las personas. Su comportamiento con los perros del refugio era normal, pero si te acercabas huía y si la acorralabas llegaba a hacerse pis del puro pánico que sentía.

La lástima que daba verla, siempre apartada del grupo, generó muchos intentos de acercamiento, pero sus miedos se mantenían siempre allí, a flor de piel, impidiéndole progresar. Y sin quererlo, nos fuimos acostumbrando a esa situación… nos fuimos acostumbrando a la idea, nunca verbalizada, de que iba a ser muy difícil que Salma saliera algún día del refugio.

Y como las penas casi nunca vienen solas, unas costras en la nariz establecieron, tras una analítica completa, que Salma tenía Leishmania.

Pausa.

Hace aproximadamente 2 años, Raquel e Imanol, unos voluntarios del refugio incorporaron de forma regular a Salma en sus paseos. Primero la sacaban a la fuerza, luego (6 meses después), Salma se dejaba ‘atrapar’ sin demasiadas persecuciones, y al final (tras más de 1 año de sacarla semanalmente) empezó a mover la cola cuando los veía llegar al refugio. Habíamos ganado la primera batalla.

Poco a poco, muy poco a poco, Salma fue cediendo terreno. Ya no escondía siempre la cola entre las piernas, y su lista de ‘personas que parece que no me quieren hacer daño’ se fue ampliando. Es difícil trasladar aquí, en unas frases, la pena que nos daba cuando la veíamos desconfiar ante extraños (los sábados, con tantas visitas, eran un calvario para ella). Y supongo que es imposible llegar a imaginar qué le debieron hacer sus anteriores propietarios para que acabara con tanta desconfianza.

Pero en el refugio ya no podíamos darle nada más. Para ‘curar’ a Salma había que dar un paso más.
Y entonces, apareció –licencia poética– un Ángel. Blanca, una voluntaria, nos dijo que le gustaría adoptar a Salma.
Obviamente, le pusimos todas las facilidades («llévatela algún día a casa, a ver cómo reacciona», «no la fuerces, no hay prisa, ve a su ritmo»…).
Pero al poco tiempo vimos que no avanzábamos lo suficiente…
Reunión.
Para que esto funcione, hay que marcarse unos objetivos y crear unas pautas de trabajo:
1.- Salma tiene que establecer un vínculo muy fuerte con Blanca; cuando ella pueda venir al refugio, que nos avise y será ella quien le dé la comida.
2.- Salma sólo saldrá a pasear con Blanca. Es más, cuanto menos contacto tenga con Raquel e Imanol, mejor.
Cuando se lo dijimos a ellos, cuando les dijimos a esos voluntarios que tanto habían hecho por ella que ahora, por el bien de Salma, tenían que alejarse de ella, lo entendieron. Lo entendieron, pero lloraron. «¡Mi niña! ¡Mi pobre niña!».

Hoy Salma tiene un hogar donde la quieren como es. Con sus miedos, con su leishmania.
Y va de paseo, y a comprar el pan… y sigue asustándose de todo, pero cada día menos.
Y ojalá algún día pueda estar en su camita, relajada, sin pensar en nada, simplemente mirando a su alrededor, y se diga: ¡estoy en casa!